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Lettera ai novelli sacerdoti (7-VII-1985).

In occasione dell'ordinazione sacerdotale di 28 membri della Prelatura, svoltasi nel Santuario di Torreciudad il 15 agosto 1985, il Prelato dell'Opus Dei inviò loro questo messaggio:

Roma, 7 de julio de 1985

¡Que Jesús me guarde a esos hijos míos, llamados a ser sacerdotes de la Iglesia Santa!

Queridísimos: en el día de la gran fiesta de la Asunción de Nuestra Madre la Santísima Virgen al Cielo, celebramos en la Obra una jornada de especialísima alegría, bien unidos todos a vosotros, hijos míos, que vais a ser ordenados sacerdotes de Cristo. ¡Cuánto se ha rezado, y se reza por vosotros! Todos, empezando por este Padre que tanto os quiere, pedimos desde hace mucho tiempo al Señor, por medio de la Santísima Virgen, y por la intercesión de nuestro amadísimo Fundador, que seáis sacerdotes a la medida del Corazón de Cristo. Esta súplica se hace mucho más ferviente en esta gran solemnidad. Os acompañan en estos momentos nuestro Padre, desde el Cielo, y una multitud de hermanos vuestros que ya gozan de la gloria de Dios, o que esperan en el Purgatorio para poder ser admitidos ante la divina Presencia, o que están esparcidos por los cinco continentes, bien unidos a mí, y todos unidísimos a vosotros —cor unum et anima una! —, con la seguridad de que deseáis ardientemente ser fieles y santos sacerdotes. El Señor bendecirá estos propósitos vuestros, y escuchará los ruegos de la Santa Iglesia. Os acompañan también vuestros padres, vuestros hermanos, los demás parientes y amigos, que piden para vosotros lo mejor, y el Señor les oirá generosamente.

Dejadme que os recuerde en esta ocasión, queridos hijos, algo que tenéis muy meditado. Los sacerdotes son los mediadores de los demás hombres, cerca de Dios. Esta misión es universal: os ha de interesar cada alma, porque amáis a todos, y queréis que todos conozcan a Dios, se acerquen a El, y se salven. Rezad mucho por la Iglesia Santa, por el Papa, por todos los Obispos en comunión con la Santa Sede, por los sacerdotes y religiosos, por todo el pueblo de Dios. Considerad que esta misión de mediadores la habéis de ejercitar de modo peculiar con los que están unidos a vosotros por vínculos especiales: por este Padre vuestro, por vuestros hermanos de la Obra, y por vuestros padres y hermanos. Todos esperamos de vosotros una ayuda grande, para que lleguemos a ser como Dios espera que seamos.

No lo olvidéis. El sacerdocio que libérrimamente vais a recibir os obliga a rezar y a mortificaros por el bien de los demás. Os entregáis a Dios, entregándoos por El a las almas.

Hijos míos: la vocación sacerdotal lleva consigo —con un nuevo título— la exigencia de la santidad. Muchas veces he oído a nuestro Fundador que "esta santidad no es una santidad cualquiera, una santidad común, ni aun tan sólo eximia. Es una santidad heroica".

Solía nuestro Padre decir que "Jesús ha vinculado, de providencia ordinaria, la eficacia de la acción de sus sacerdotes —no hablamos de la que como meros 'ministros del culto', ex opere operato, producen al administrar, por así decirlo, materialmente, la gracia—, ha vinculado, repito, la eficacia de la acción de sus sacerdotes a esa santidad auténtica, sin paliativos ni eufemismos, que llega hasta las últimas consecuencias, sin miedos ni temores, en un proceder fundado en verdad, en lógica, en plenitud de vocación vivida de lleno".

Por eso elevo mi corazón y doy gracias a Dios, porque sé que estáis decididos a luchar, para ser santos: ¡santos de altar, a pesar de vuestras miserias, de vuestras pequeñeces, que todos tenemos!

Los sacerdotes hemos de comportarnos como la levadura en la masa; y, en la Obra, como el nervio. Por esto, deberemos exagerar en la virtud —si cupiera en esto exageración—: porque sus hermanos se mirarán en ellos como en un espejo. "Y sólo apuntando el sacerdote muy alto —decía nuestro Fundador— llegarán los demás a donde el Señor quiere". De aquí la necesidad absoluta de que los sacerdotes seamos santos. Si un sacerdote de la Prelatura se descuidara y fuera tibio, sería el gran enemigo de la Obra. Si a alguno le sobrara tiempo, estad seguros de que no cumpliría con su deber. Si alguno quisiera mandar, en lugar de aspirar a obedecer, habría equivocado lastimosamente el camino.

Como sacerdotes, podréis, ya dentro de pocos momentos, consagrar el pan y el vino, y el Señor —a través de vuestras palabras—, uniendo su Voluntad amabilísima e infinita a la vuestra, los convertirá en Su Cuerpo y en Su Sangre. ¡Qué milagro estupendo, el que realizará por medio de vosotros! Y, en su nombre, al administrar el gran sacramento de la alegría, perdonaréis los pecados, y haréis que los pecadores se reconcilien con el Señor, volviendo a alcanzar la amistad de Dios. Pensad en la inmensa delicadeza de Dios con vosotros, y en vuestra responsabilidad de corresponder con generosa y humilde dedicación a un don divino tan grande. Solía recordar nuestro Fundador que San Juan de Avila, al saber la muerte de un sacerdote que acababa de celebrar la Primera Misa, comentó: "¡qué cuenta tiene que dar a Dios!".

Hijo mío: haz este propósito concreto, y ponlo en las manos de la Santísima Virgen, para que puedas convertirlo en realidad día tras día: "¡Señor, que jamás me acostumbre a ser sacerdote!". Puedes estar persuadido de que la gracia de Dios será abundantísima y de que, como tú también lo ansías, llegarás a ser el sacerdote que Dios, la Iglesia y —dentro de la Iglesia— la Obra y tus padres y hermanos esperan: un hombre de Dios, humilde, entregado, lleno de alegría, docto, y servidor de todos.

Rezad mucho también por el Señor Arzobispo de Valencia, mi buen amigo, a quien tanto quiero, por el don inestimable que os hará al imponeros sus manos episcopales convirtiéndoos en sacerdotes de Jesucristo. ¡Que Dios se lo pague!

A vuestros padres y parientes, mi felicitación más cariñosa, por este honor grandísimo que el Señor dispensa a la familia por vuestra llamada al sacerdocio.

Y no dejéis de mandar vuestra bendición sacerdotal a este Padre vuestro, que tanto os quiere, y que de todo corazón os bendice,

Alvaro.

Romana, n. 1, Gennaio-Dicembre 1985, p. 77-78.

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