envelope-oenvelopebookscartsearchmenu

La stampa internazionale ha dato grande rilievo alla beatificazione del Fondatore dell'Opus Dei. Riportiamo due articoli pubblicati dal Prelato dell'Opus Dei (ABC di Madride L'Osservatore Romano) nonché alcune delle interviste concesse da S.

Articolo sul giornale "ABC" (Madrid 17_V_1992)

Al recibir la noticia de que Juan Pablo II habia decidido beatificar a monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer, brotó en mi alma un hondo agradecimiento, junto con la convicción de que el Señor quería —una vez más— exaltar a quienes han buscado servirle sin pensar en ellos mismos. Se agolparon en mi memoria tantas escenas de su existencia terrena, selladas siempre por un profundo amor de Dios.

He hablado mucho sobre la humildad del Fundador del Opus Dei durante estos últimos meses, porque fue una característica nítida de su respuesta a las llamadas divinas. Así escribía por los años treinta: «Reconoce la Santa Madre Teresa, en el capítulo 11 de sus Fundaciones, que es manifestación de la omnipotencia divina dar osadía a personas flacas para cosas grandes en su servicio. Y me acojo a lo de la osadía y a lo de la flaqueza... 2 de octubre de 1928. 14 de febrero de 1930».

La conciencia de su poquedad creció —no es un contrasentido— con el paso de los años. Recuerdo bien la audiencia que le concedió el Papa Pablo VI, el 25 de junio de 1973. Salió con cara muy pensativa. Ante mis preguntas, me explicó que había hablado al Santo Padre de temas espirituales y apostólicos, comentándole actividades que el Señor hacía fructificar en el mundo. El Romano Pontífice le escuchaba contento, intercalaba palabras elogiosas, y llegó a decirle: "Usted es un santo". Al oír esa frase, monseñor Escrivá de Balaguer se entristeció, se llenó de vergüenza y de dolor por sus propios pecados, y se atrevió a protestar al Santo Padre: «No, no. Vuestra Santidad no me conoce; yo soy un pobre pecador». Pablo Vl insistió, y el Fundador de!a Obra replicó de nuevo: «Sobre la tierra sólo hay un santo: el Santo Padre».

Me lo recordó el Papa, en una audiencia de 1976, cuando yo había sucedido ya a monseñor Escrivá, al frente del Opus Dei. Pablo VI me atendió durante más de una hora. En un momento dado, con gran sencillez, me dijo que consideraba que nuestro Fundador fue uno de los hombres que había recibido más carismas en la historia de la Iglesia, y que siempre había respondido con generosidad, fiel a esos dones divinos. Y me repitió varias veces que lo consideraba un santo muy grande.

Conté a Pablo VI algún detalle de monseñor Escrivá de Balaguer, y me interrumpió con cariño: «¿Han escrito todo esto?». Al responderle afirmativamente, me aseguró: «Esto es un tesoro, no solamente para el Opus Dei, sino para toda la Iglesia». Y me insistió: «Todo lo que se refiere al Fundador, a su enseñanza doctrinal escrita o vivida, a los sucesos de su vida, no pertenece ya sólo al Opus Dei: forma parte de la historia de la Iglesia».

Muchas veces me han preguntado por el rasgo más característico de la personalidad de monseñor Escrivá. Desde que le conocí, en Madrid, el año 1935, tuve la clara impresión de estar delante de un hombre de Dios, con un amor que rebosaba celo ardiente por las almas, lleno de cariño y de simpatía. Soy consciente de que recibió muchos dones del Paráclito, pero, cuando trato de describirle —como en este momento—, no acierto a distinguir entre las cualidades que brotaban espontáneamente de su carácter humano, y lo que fue consecuencia de la gracia de Dios y de su propia lucha ascética.

He usado a propósito la expresión «distinguir», no «separar», porque en su biografía emerge la unidad, la cabal compenetración entre los aspectos humanos, apostólicos y ascéticos. En el fondo, es lo que la Iglesia ha venido a reconocer: que tenía la idoneidad del instrumento preparado por el Señor para la misión que el mismo Dios había decidido confiarle.

No obstante, me atrevo a apuntar que una cualidad penetra todas las demás: la entrega a Dios y a las almas por Él, dispuesto a responder generosamente a la voluntad del Señor. Éste es el polo orientador de su existencia, que describe así en el punto 1006 de «Forja»: «Veo con meridiana claridad la fórmula, el secreto de la felicidad terrena y eternal: no conformarse solamente con la voluntad de Dios, sino adherirse, identificarse, querer —en una palabra—, con un acto positivo de nuestra voluntad, la voluntad divina. Éste es el secreto infalible —insisto— del gozo y de la paz».

La Santa Sede, al declarar en 1990 la heroicidad de sus virtudes, quiere que nos fijemos no tanto en sus egregias cualidades para la acción como en su vida de oración, la asidua experiencia unitiva que hizo de monseñor Escrivá verdaderamente un "contemplativo itinerante". Confirma así la honda realidad de la santificación del trabajo y de la vida corriente, que no es, en modo alguno mero humanismo, sino expresión de fe viva. Reconoce, en fin, que el Fundador del Opus Dei encarnó, en medio del mundo, aquel verso de San Juan de la Cruz que le era muy familiar: «Volé tan alto, tan alto, que le di a la caza alcance».

Esa unión con Dios le exigió renuncia y abnegación y, en ocasiones, imponerse severas penitencias. No acentúo este aspecto de la biografía de monseñor Escrivá, porque a su lado aprendí que, con frecuencia, la mejor mortificación es una sonrisa, y, en cambio, no es buen sacrificio el que impide el cumplimiento del deber o mortifica a otros. El espíritu auténtico lleva a ocuparse de los demás y a olvidarse de uno mismo. Dios suele premiarlo con una alegría gozosa.

Monseñor Escrivá de Balaguer vivió de hecho la abnegación cristiana con sencillez, ternura y buen humor. Lo humano y lo divino aparecen trabados en el humilde señorío de quien se sabe nada y menos que nada y necesita recurrir constantemente a la gracia divina, para comenzar y recomenzar la lucha de cada instante, pensando en cumplir la tarea encomendada. Así se lo proponía el Fundador un día de cumpleaños, el 9 de enero de 1933: «¡Treinta y un años! Dios mío: "nunc cœpi, nunc cœpi!" (ahora comienzo)...»

Se inicia ahora una nueva etapa en el apostolado del Opus Dei, al servicio de la Humanidad, que nos disponemos a recorrer en la más plena comunión con el Papa y el Episcopado universal, acompañados por el afecto de tantas gentes del mundo entero. Es tiempo de gratitud que procuraremos manifestar en obras de fidelidad, con la ayuda de nuestro Fundador desde el cielo.

Reconozco que mi deuda personal con el Beato Josemaría resulta impagable. Tengo el privilegio, y siento la gran responsabilidad, de haber sido testigo, durante cuarenta años, de su afán de santidad. Muchas veces he pedido al Señor que me conceda al menos un poquito del amor que he visto en su corazón. En este momento de alegría, como deudor insolvente, me acojo a la misericordia de Dios, a la afectuosa lealtad de los miembros de la Obra, y a la oración de los hijos de la Iglesia.

+ Alvaro del Portillo

Prelado del Opus Dei

Articolo su "L'Osservatore Romano", edizione settimanale in lingua spagnola (Città del Vaticano, 22-V-1992).

El núcleo central del mensaje de Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer está constituido por la conciencia de la transformación radical que la gracia bautismal opera en el hombre: partícipe de la naturaleza divina, es hecho hijo de Dios y está llamado a la santidad. Una audacia que aparece admirablemente sintetizada en este punto de Surco: «Tenemos que amar a Dios no sólo con nuestro corazón, sino con el suyo» (n. 809). Una vigorosa recuperación de la raíz evangélica que señala la convergencia vital de las dimensiones esenciales de la vida cristiana: la Iglesia como lugar y fuente de comunión con Dios, el primado de la gracia, la centralidad de los sacramentos...

Pero esta conciencia de la vocación cristiana como llamada a la santidad fue no sólo el eje de su predicación, sino, sobre todo, el núcleo central de la vida espiritual del nuevo beato. Todos los que trataron a Josemaría Escrivá percibieron cómo su persona era inseparable de la misión para la que el Señor lo había elegido. El haber tenido durante cuarenta años un trato particularmente asiduo y profundo con él, refuerza en mi memoria esa dimensión característica de su fisonomía humana y espiritual. Le he visto siempre, por así decir, en su «acto primero» de fundador, es decir, en el acto de la edificación cotidiana y continua del Opus Dei y, por consiguiente, de la Iglesia, ya que no en vano afirmaba que la Obra existía sólo para servir a la Iglesia.

Esta identidad entre su ser personal y su actividad fundacional implicó que Mons. Escrivá se perfeccionara como sujeto-hasta alcanzar en grado heroico todas las virtudes-en la medida en que realizaba el Opus Dei, en que experimentaba cada día la necesidad de secundar los designios de Dios. Con frecuencia venían a sus labios expresiones como: «En "esto" me juego el alma». Así era la profundidad con la que sentía la propia responsabilidad de fundador y que le condujo a hacer el Opus Dei tal como Dios quería y como la Iglesia universal lo necesitaba.

No se borró nunca de su mente el tañido de las campanas de la Iglesia de Nuestra Señora de los Angeles, que el 2 de octubre de 1928, día de la fundación del Opus Dei, sonaban festivamente en honor de su patrona a pocos centenares de metros de distancia. Aquel sonido formó en su corazón una grandiosa sinfonía junto con las numerosas gracias que el Señor le concedió para sostenerlo y guiarlo en la fundación. Entre ellas, quisiera recordar el episodio transcrito en sus «Apuntes íntimos" el 7 de agosto de 1931: «Llegó el momento de la consagración: en el momento de alzar la sagrada Hostia, sin perder el debido recogimiento, sin distraerme —acababa de hacer "in mente" el ofrecimiento al Amor misericordioso—, vino a mi pensamiento, con fuerza y claridad extraordinarias, aquello de la Escritura: et si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum (Jn 12, 32). Ordinariamente, ante lo sobrenatural, tengo miedo. Después viene el ne timeas, soy yo. Y comprendí que serían los hombres y mujeres de Dios, quienes levantarán la cruz con las doctrinas de Cristo sobre el pináculo de toda actividad humana... Y vi triunfar al Señor, atrayendo a sí todas las cosas».

El texto evangélico asume un significado que va más allá de su sentido literal. Mientras en el evangelio esta expresión se refiere al género de muerte que el Señor debía padecer y a su futura resurrección, aquí se extiende al entero tejido de la historia de la humanidad redimida. Uniéndose a la muerte y a la resurrección de Jesús, el cristiano está llamado-como Mons. Escrivá repitió hasta el último día de su vida-a «poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas": del trabajo, de la ciencia, del arte, de la cultura, de los esfuerzos humildes y brillantes con que los hombres transforman el mundo, contribuyendo al desarrollo de la sociedad y realizándose a si mismos. Cristo debe ser nuevamente levantado, debe transformar desde dentro todos los trabajos que el hombre realiza. Y el cristiano, unido por la gracia del Espíritu Santo en comunión de vida con Cristo, santifica estos trabajos santificándose a si mismo y al prójimo.

Esta enseñanza de las realidades temporales, como lugar de encuentro con Cristo y como medio de santificación, constituye un indudable enriquecimiento no sólo para la teología, sino también para la misma vida de la Iglesia, en la que la gran mayoría de sus miembros está llamada a santificarse tratando las realidades temporales según el espíritu de Cristo. La proclamación de la vocación universal a la santidad correría el riesgo de quedarse en una abstracción, si no fuera completada con la afirmación del valor santificante de todas las realidades terrenas, vividas en unión con Cristo. Todos los hombres, en la concreción de su obrar cotidiano, se ven así activamente implicados en el cumplimiento de la Redención.

Una visión grandiosa de la historia emerge en numerosos textos del fundador del Opus Dei: «Cristo, nuestro Señor, sigue empeñado en esta siembra de salvación de los hombres y de la creación entera, de este mundo nuestro, que es bueno, porque salió bueno de las manos de Dios. Fue la ofensa de Adán, el pecado de la soberbia humana, el que rompió la armonía divina de lo creado. Pero Dios Padre, cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo unigénito, que —por obra del Espíritu Santo— tomó carne en María siempre Virgen, para restablecer la paz, para que, redimiendo al hombre del pecado, adoptionem filiorum reciperemus (Gal 4, 5), fuéramos constituidos hijos de Dios, capaces de participar en la intimidad divina: para que así fuera concedido a este hombre nuevo, a esta nueva rama de los hijos de Dios, liberar el universo entero del desorden, restaurando todas las cosas en Cristo, que las ha reconciliado con Dios» (Es Cristo que pasa, n. 183).

No nos encontramos ante una teoría, sino ante una visión que brota de la fe y que, como consecuencia, se refleja, precisamente en virtud del conocimiento de la santidad como horizonte de la llamada bautismal, no sólo sobre los grandes acontecimientos que configuran la civilización, sino también sobre la sencilla sucesión de las más humildes ocupaciones diarias. Este sólido realismo cristiano constituye uno de los puntos de apoyo de la predicación y de la vida de Mons. Escrivá, como testimonia el capitulo de Camino titulado "Cosas pequeñas". El espíritu que da sentido a cada una de sus consideraciones adquiere relieve sólo a la luz de un amor que expresa la voluntariedad actual de servir a un Dios al que le interesan hasta nuestras acciones más insignificantes: «Hacedlo todo por amor. Así no hay cosas pequeñas: todo es grande. La perseverancia en las cosas pequeñas, por amor, es heroísmo» (n. 813).

Todo esto fue mensaje y vida de Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer. Por eso es fundador en el sentido más pleno: porque abrió un camino de vida espiritual y enseñó a recorrerlo. Como otras grandes figuras de la historia de la Iglesia, él tuvo de modo especial los dones correspondientes a la paternidad espiritual y, más radicalmente, a la fidelidad en el servicio a la voluntad divina, que tiene en la edificación de la Iglesia su única razón de ser. Testigos de esta fidelidad, todos los miembros del Opus Dei y millares de almas, levantan hoy con alegría el pensamiento al misterio de la Iglesia católica, a su unidad y variedad, a su fecunda perennidad «hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20).

Intervista al giornale "La Vanguardia" (Barcellona, 10-V-1992)

¿Qué significado tiene para la Prelatura de la Santa Cruz y Opus Dei la beatificación de Mons. Escrivá de Balaguer?

En primer lugar, es un motivo de agradecimiento a Dios y a la Iglesia. A Dios, que es la fuente de toda santidad; y a la Iglesia, porque reconoce la santidad de vida de nuestro Fundador. Este reconocimiento es para nosotros, indudablemente, una gran alegría. Pero un gozo que no es fuente de autocomplacencia corporativa, sino que se convierte en una llamada muy exigente: todos en la Prelatura sentimos interpeladas nuestras conciencias en estos términos: hay que ser fieles a Jesucristo, siguiendo los pasos de nuestro Fundador; hay que ser dignos hijos de un santo, llevando hasta el heroísmo el amor a Dios y al prójimo. La alegría se transforma así para el Opus Dei en una urgente responsabilidad de cara a Dios, a la Iglesia y al mundo.

La beatificación de un fundador suele interpretarse de algún modo como el reconocimiento, no sólo de su santidad personal, sino también de la legitimidad del carisma fundacional.

La legitimidad institucional a que usted se refiere alcanzó su reconocimiento definitivo, por parte de la Iglesia, hace ya mucho tiempo, en vida del Fundador. Con todo, no se puede negar que la beatificación de Mons. Escrivá es una confirmación práctica, de verificación empírica, de la eficacia santificadora del carisma fundacional, ya que santificó a su propio portador. Un camino de santidad se muestra como efectivo al haber producido la santidad de quien lo recorre.

¿Cuál es, en síntesis, el carisma que ha aportado Mons. Escrivá?

Yo lo resumiría en haber redescubierto el bautismo como la primera, la más profunda, raíz y exigencia de santidad para todos. Así se han abierto al fiel corriente nuevos y amplios horizontes, tanto para la santificación personal como para la recristianización de la sociedad: cualquier trabajo honrado, las circunstancias corrientes de la vida ordinaria, son santificables y santificadoras. Repetía Mons. Escrivá como un estribillo: "¡Se han abierto los caminos divinos de la tierra!". Un hijo de Dios no deberá decir: yo no puedo alcanzar la plenitud de la vida cristiana porque soy casado, porque soy jornalero, porque me falta el tiempo, porque soy de carne, porque estoy enfermo... Al contrario: a través de esas realidades humanas puedo llevar mi bautismo a su consumación, y lo llevaré, con la gracia de Dios, en el matrimonio, en el trabajo, en la falta de tiempo, en la carne sana o enferma... Todo esto comporta una comprensión profunda de las consecuencias del misterio de la Encarnación.

1. Usted fue compañero de fatigas de Monseñor Escrivá a partir de 1935. ¿Cómo reaccionaba ante las cruces y las contradicciones?

Mons. Escrivá supo desde muy temprano, con un saber experimental, en su propia alma, en su propio cuerpo, que toda contrariedad procede de los designios amorosos de nuestro Padre Dios, quien —en su amable Providencia— la permite sólo para sacar precisamente de ahí un bien mayor. "Caricias de Dios" las llamaba. Esta certeza de fe era tan arrolladora en su mente, que siempre amó la cruz. Incluso llegó —sin victimismos: la única Víctima es Cristo, repetía— al extremo heroico de pedirla: "Haz de mi pobre carne un crucifijo".

No le faltaron las contradicciones ya desde los primeros tiempos.

El no era indiferente ante esas oleadas: al poseer un corazón tan sensible, tales falsedades le dolían por la ofensa a Dios que comportaban, por el daño a la Iglesia o a la Obra. Por eso, aunque cumpliese —si era el caso— el estricto deber de justicia de desmentir o de rectificar maledicencias, jamás en la vida le oí una palabra de resentimiento hacia quienes le atacaban, y jamás permitió a nadie en la Obra comportarse de otra manera que ésta: rezar, callar, perdonar, sonreír.

Su perdón era tan profundo e inmediato, que podía afirmar con toda verdad: "Yo no he necesitado aprender a perdonar, porque Dios me ha enseñado a querer". De ahí que, en sus oraciones de petición, tuviese presentes de modo muy especial a quienes le atacaban; no los consideró nunca enemigos; es más, los contó siempre entre sus bienhechores.

2. Mons. Escrivá fue nombrado hijo adoptivo de Barcelona. ¿Qué puede decirnos de su relación con la ciudad?

Mons. Escrivá amó entrañablemente su tierra, y la amó con un corazón universal, donde cabían todos los pueblos del mundo. De Barcelona, escenario de algunas de aquellas contradicciones ya mencionadas, pero también de grandes obras apostólicas suyas y de sus hijos, decía: "¡Cuánta sangre y cuántas lágrimas, cuánta oración y cuánta mortificación me ha costado! Por eso la quiero tanto". Se sentía catalán y poseía las virtudes tradicionales de esa tierra —el orden, la laboriosidad, el buen juicio, la cordialidad— elevadas a un plano sobrenatural y practicadas en un grado heroico.

¿Cuáles son sus recuerdos de Monseñor Escrivá en Barcelona?

Me complace recordar un dato muy particular de su biografía: su paso por Barcelona, camino de Roma, en 1946. Yo había llevado a cabo en Roma las gestiones previas para obtener la aprobación pontificia de la Obra, pero llegó un momento en que sólo el Fundador podía hacer avanzar esas gestiones. Mons. Escrivá estaba por entonces muy enfermo de diabetes. Los médicos le aseguraron que, si viajaba a Roma, en aquellas circunstancias de entonces, no respondían de su vida. Por supuesto, después de pensarlo ante Dios, vino; fue algo heroico.

Camino de Barcelona, se desvió hacia Montserrat para rezar. Y ya en la ciudad, en el oratorio de un Centro nuestro de la calle Muntaner, dirigió la meditación —oró en voz alta— horas antes de embarcar en el J. J. Síster... Esa misma mañana hizo su única visita en Barcelona: a la basílica de Nuestra Señora de la Merced. Pidió a sus hijos que siguieran yendo allí a implorar la ayuda de la Virgen. Su oración fue oída. Ocurrió lo que parecía casi imposible, habida cuenta de esa "anticipación" del Opus Dei a la que acabo de referirme. De regreso a España, cuatro meses después, Mons. Escrivá estaba otra vez arrodillado ante la Patrona de Barcelona, esta vez para agradecerle la acogida que le habían dispensado en la Curia Romana. En efecto, el 24_II_47 la Santa Sede emitió el Decreto de alabanza del Opus Dei.

¿Puede usted contarnos algún recuerdo más que sin duda conserva usted de la persona ahora llamada a los altares?

Sí, con mucho gusto. Entre tantos recuerdos que me vienen a la memoria, le contaré la continuación del anterior. Josemaría Escrivá, ese hombre gravemente enfermo, después de treinta horas de travesía —que incluyeron una tempestad en el golfo de León y un ayuno total— desembarcó a medianoche en Génova, completamente agotado después de esa navegación tempestuosa. En Roma se alojó en el pequeño apartamento que subarrendábamos a unos pasos del Vaticano. Tan cerca estábamos de San Pedro que, al atardecer, podíamos seguir los movimientos del Santo Padre fijándonos en las luces que se encendían y apagaban en las estancias pontificias. Y Mons. Escrivá, que desde muy joven cultivó una tierna y profunda devoción por el Vicario de Cristo, pasó su primera noche romana, exhausto, enfermo e insomne como se encontraba, sin acostarse: rezando toda la noche por el Papa desde la terraza del apartamento, con los ojos fijos en las ventanas de la habitación pontificia, velando el sueño del vice Cristo en la tierra como un centinela leal. Es un recuerdo antiguo que aún hoy me conmueve.

Por simetría, tras su primer día romano le contaré también el último, que fue el 26 de junio de 1975, casi treinta años más tarde. Después de hacer media hora de oración y de celebrar la Santa Misa, fuimos a Castelgandolfo, rezando el Rosario por el camino. Una vez llegados, habló allí a un numeroso grupo de hijas suyas de diversos países. Ante ellas renovó aquel acto de amor a la Iglesia y al Papa —"cualquiera que sea"— que en tantas ocasiones le hemos oído. Llevaba veinte minutos hablando cuando se sintió mal; le instamos para que descansara allí mismo, pero prefirió no molestar ni preocupar a sus hijas. Volvió a Roma con su malestar, sereno y contento, si bien callado y visiblemente recogido en oración.

Al llegar a casa, saludó al Señor en el Sagrario con una genuflexión pausada, devota. Entrando a la habitación donde solía trabajar —mi despacho—, después de mirar la imagen de la Virgen, se desplomó. Cuando se hizo evidente que estaba muerto, destrozados por el dolor y llorando como niños, le besamos las manos y la frente. Su rostro irradiaba una serenidad enorme: nos daba paz a cuantos le mirábamos.

Quiero destacar, en este recuerdo dolorosísimo y, por estar ya cercano el 17 de mayo, ahora a la vez glorioso, que Mons. Escrivá murió, como lo había deseado y pedido al Señor, "sin dar la lata". Y que murió trabajando: aquella mañana había atendido sus obligaciones, y el lugar donde se desplomó al entrar era el lugar habitual de su trabajo: todo un símbolo de lo que fue su vida y la esencia de su mensaje. Pasó a la gloria, que hoy la Iglesia se apresta a reconocerle.

Intervista al giornale "La Stampa" (Torino, 18_IV_1992)

1. Monsignore, in ogni angolo di questa casa c'è la statuina di un asinello. Che cosa rappresenta?

Monsignor Escrivá voleva essere un asinello di Dio. E non solo perché Gesù aveva scelto questo animale per presentarsi al popolo che lo acclamava, ma perché il somarello è obbediente, semplice, un lavoratore che si contenta di poco e sa piegare la schiena sotto il carico della fatica.

2. Però l'asinello è anche un animale cocciuto, che spesso se ne va in giro munito di paraocchi. Era un uomo con i paraocchi il fondatore dell'Opus Dei?

Era un uomo tenace che ammirava la "santa cocciutaggine" —così la definiva — dei servitori di Dio. Ricordo che nel 1967, parlando agli studenti e ai laureati dell'università di Navarra, in Spagna, intitolò la sua omelia Amare il mondo appassionatamente. Era un ammiratore del mondo e delle sue bellezze, perché, diceva, il mondo è uscito dalle mani di Dio, è creatura sua, e, quando Jahvé lo guardò, vide che era buono. Siamo stati noi uomini a renderlo brutto con i nostri peccati e le nostre infedeltà. Amava il mondo, monsignor Escrivá, ma non si lasciava distrarre dal mondo. Era un testardo servitore di Dio.

3. Perché la Chiesa lo vuole santo?

Perché fu un uomo di Dio. E in un mondo caratterizzato da un forte processo di allontanamento da Dio proclamò che è necessario "mettere Cristo in tutte le attività umane". In che modo? Con il lavoro. Con l'attività dell'uomo in tutta la sua ricchezza: la scienza, la tecnica, l'arte, l'economia, la politica, lo sport, il tempo libero. Il lavoro di tutti i giorni, il lavoro professionale ordinario, che per il cristiano diventa "lavoro di Dio".

4. C'è chi sostiene, però, che questa beatificazione sia avvenuta troppo in fretta. Anzi, che sia stata l'Opus Dei a pianificarla facendo opera di pressione nella Chiesa. È vero?

La risposta migliore viene dai fatti. La fase iniziale della causa di beatificazione, quella riservata alla ricognizione della vita, ha richiesto, a Roma e a Madrid, ben 980 sessioni. Sono stati accuratamente ascoltati 92 testimoni, dei quali più della metà estranei all'Opus Dei. Si sono presentati documenti per decine di migliaia di pagine. Alcuni di coloro che si sono occupati della causa, su incarico della Santa Sede, hanno anche affermato di non avere mai riscontrato, in una causa di beatificazione, altrettanta completezza, accuratezza di metodo e ricchezza di elementi probanti. Va inoltre ricordato un fatto: di recente la Chiesa ha snellito le norme procedurali, senza che ciò pregiudicasse la serietà e l'integrità delle cause canoniche. Il fondatore dell'Opus Dei è stato fra i primi a essere giudicato con le nuove normative. E penso che in futuro assisteremo a processi ancora più rapidi.

5.Monsignore, alcuni giornali ce l'hanno con voi. Di recente la rivista "Newsweek" ha scritto che il fondatore dell'Opus Dei era antisemita —e lei ha duramente smentito—, e perfino qualche rivista cattolica ha dato ampio risalto alle tesi degli avversari della beatificazione. Perché?

Alle fantasie di Newsweek abbiamo risposto con prove concrete che mostrano il grande affetto nutrito da monsignor Escrivá per il popolo ebraico. Io stesso ne sono stato testimone. Tuttavia una cosa va detta: certe persone o ambienti non hanno di mira l'Opus Dei o monsignor Escrivá, hanno di mira la Chiesa, la fede, l'impostazione cristiana della vita. Sono gli stessi che attaccano il Papa quando parla o quando tace, quando viaggia e quando resta a Roma. Sarebbe preoccupante se tali attacchi non venissero: sono la migliore conferma che la strada è giusta. Del resto lo ha detto Cristo: "Se hanno perseguitato me, perseguiteranno anche voi".

6.Il fondatore dell'Opus Dei diceva spesso: io sono anticlericale. Che casa voleva dire?

Era un sacerdote che non parlava altro che di Dio. Ed era persuaso che i preti che non parlano di Dio, ma di tutt'altro, sono dei clericali.

7.Ma negli Anni Trenta monsignor Escrivá diceva di essere contrario a un "partito cattolico". Aveva ragione?

Diceva anche, però, di rispettare chi avesse un'opinione opposta. Credo che sarebbe indebito interpretare questa sua affermazione come un'opinione politica, mirante a sostenere o ad avversare un determinato partito.

8.Per chi avrebbe votato il 5 aprile monsignor Escrivá?

Evitò sempre —e lo dico per esperienza diretta— di offrire indicazioni di questo genere, che avrebbero potuto condizionare chi gli stava accanto. Aveva il massimo rispetto della libertà altrui. Non amava le etichette, di qualsiasi tipo, e preferiva considerare il cristiano nella sua piena responsabilità umana. E diceva spesso una cosa: non esistono dogmi in campo temporale.

9.Nemmeno il dogma del voto al "partito cristiano"?

I dogmi sono una verità della Chiesa, non della politica. In questa prospettiva e sul piano delle azioni concrete, non può esistere, di diritto, un partito che si faccia portatore di una "visione cristiana unica", quasi un copyright, circa i problemi della società civile. Ciò non toglie che in talune situazioni storiche insorga la necessità di una testimonianza in qualche modo unitaria, e i vescovi, che sono i legittimi pastori del gregge di Cristo, hanno allora il compito di ricordarlo. Intendiamoci: questo non è un giudizio sull'attuale momento politico della nazione italiana, che non mi compete, bensì un'affermazione di principio che lascia il campo aperto a molte possibili soluzioni.

10."Ogni lavoro onesto —diceva il fondatore dell'Opus Dei— deve essere realizzato con la massima perfezione possibile". Che cos'era, il profeta di quella "qualità totale" che tanto piace ai manager e agli industriali?

Non penso che si possa parlare di "qualità totale" del lavoro se si lascia Gesù Cristo da parte. Direi piuttosto che monsignor Escrivá è l'apostolo della "santificazione del lavoro". E ci ha insegnato a scoprire che Cristo ci aspetta proprio qui, nel lavoro quotidiano, perché attraverso il lavoro l'uomo conferma di essere fatto "a immagine e somiglianza" del Creatore.

11.Si rimprovera all'Opus Dei di essere un'istituzione d'élite: molti professionisti e laureati, pochi operai e manovali. È vero che siete potenti?

Non è vera né l'una né l'altra cosa. L'Opus Dei si rivolge a tutti. Davanti a Dio non esistono lavori importanti o lavori di second'ordine, ed è Dio che misura il rilievo di un lavoro conoscendo l'impegno e l'amore col quale viene svolto. Monsignor Escrivá raccontava un episodio. Negli Anni Trenta, a Madrid, trascorreva alcune ore del mattino in uno dei confessionali della chiesa del Patronato di Santa Elisabetta. E puntualmente, tutti i giorni, il silenzio della cappella veniva turbato da un rumore improvviso: un suono metallico sgradevole, quasi uno sferragliare di casseruole sul pavimento. Un giorno il Padre uscì dal confessionale e andò a vedere. All'ingresso della chiesa c'era un uomo, che dopo aver posato per terra tanti piccoli recipienti di alluminio, diceva a voce alta: "Gesù, sono Juan, il lattaio". Si presentava così, in chiesa, tutti i giorni alla stessa ora. Il Padre rimase colpito e commosso: Juan offriva il suo lavoro a Dio e Dio lo gradiva. L'Opus Dei è aperta a tutti. Ne fanno parte laureati e professionisti, ma altrettanti, e forse di più, sono contadini, casalinghe, operai. E lattai, naturalmente.

12.Che cosa vuol dire, per l'Opus Dei, "fare carriera?"

Nel '72 monsignor Escrivá visitò Pozoalbero, una nota località nel Sud della Spagna. E notò la cura con la quale due giardinieri accudivano le aiuole: "Voi curate in modo meraviglioso queste piante —osservò—. Che cosa pensate: che vale di più il vostro lavoro o quello di un ministro?". I due, Anastasio e Pedro, rimasero in silenzio. "Dipende dall'amore di Dio che ci mettete —concluse il Padre—. Se ci mettete più amore che non un ministro, il vostro lavoro vale di più".

13. È vero che siete potenti?

La potenza dell'Opus Dei consiste nella nostra fragilità personale, alla quale si aggiunge la grazia concessaci dalla misericordia divina. E con questa forza, la grazia di Dio, speriamo di contribuire alla grande sfida dell'evangelizzazione che oggi si presenta davanti alla Chiesa. È questo l'unico obiettivo che ci sta a cuore.

14.Quale immagine del santo e amico le è rimasta più impressa?

Nel '70 visitammo il Messico dove il fondatore incontrò i membri dell'Opera e i loro familiari. Quando si avvicinò a una donna, madre di quattro figli, per rivolgerle un saluto, lei si inginocchiò in segno di rispetto. "Non farlo, figlia mia, non farlo", disse lui. E si inginocchiò a sua volta davanti a lei aggiungendo: "Siamo tutti uguali, siamo tutti figli di Dio".

Intervista al giornale "Le Figaro" (Parigi, 12_V_1992)

Qui a peur de Josemaría Escrivá? Manifestement, sa béatification gêne certains chrétiens, des prêtres, voire des Evêques...

Elle en intéresse beaucoup d'autres et même les passionne. Il est plutôt curieux de voir protester des gens qui ne croient pas en l'Eglise ou qui affirment que la sainteté ne les intéresse pas! La vie de l'Eglise nous a habitués à mesurer les incompréhensions dont ont souffert les saints, spécialement ceux qui ont exercé une influence sur l'histoire. La sainteté est toujours un appel, un signe et, de toute façon, un signe de contradiction. Par ailleurs, je pense que la contestation à l'égard de cette béatification est un phénomène limité à certains pays occidentaux et, à l'intérieur de ces pays, à des secteurs concrets, réduits, qui font preuve parfois de préjugés.

Vous parlez d'appel et de signe. En quel sens dans le cas présent?

Le signe, dans ce cas, c'est celui de l'appel universel à la sainteté. Le Concile Vatican II, en 1964, a merveilleusement mis en lumière le fait que tous les baptisés sont des candidats à la sainteté. Elle n'est pas réservée aux religieux. Ce signe avait été prophétiquement anticipé par Mgr Escrivá dès 1928. Son intuition était de faire comprendre à chaque chrétien qu'il doit se sanctifier grâce aux réalités terrestres dans lesquelles il est plongé: la famille, la profession, la vie sociale. Josemaría apporte la radicalité du message chrétien jusqu'au milieu de la rue, dans un monde qu'il faut, disait_il, «aimer passionnément».

Donc un appel à suivre l'Evangile dans les situations les plus normales, les plus ordinaires...

A travers les réalités les plus banales, commentait Mgr Escrivá, et non en dehors d'elles. Le charisme ou le don que le jeune prêtre Josemaría avait reçu de Dieu était de projeter cette lumière nouvelle sur une vérité ancienne —on la trouve dans les lettres de saint Paul—, mais alors en grande partie oubliée. Ce qui est nouveau, c'est qu'il a voulu concrétiser cet idéal dans une réalité ecclésiale —l'Opus Dei— destinée à former et à aider des hommes et des femmes qui le mettent en pratique.

Béatifier Escrivá, n'est_ce pas aussi en quelque sorte «canoniser» l'Opus Dei?

N'oubliez pas que l'Opus Dei a reçu de Rome son approbation définitive sous Pie XII en 1950. Il est vrai cependant que la béatification confirme le charisme d'un fondateur et un chemin de spiritualité. Josemaría a emprunté lui_même cette voie et a engagé des chrétiens à la suivre.

Dimanche prochain l'Eglise reconnaîtra la sainteté d'une autre figure de l'Eglise, celle de Giuseppina Bakhita, une religieuse d'origine soudanaise, une esclave rachetée. Unir dans la mémoire de l'Eglise ces deux figures, n'est_ce pas une sorte de défi?

Je pense que cette double béatification, à cause de ce contraste, si vous voulez voir les choses ainsi, met au contraire en valeur la figure de deux chrétiens très différents et manifeste ainsi l'universalité de l'Eglise. Dans l'ordre de la sainteté, il n'y a pas de lutte de classes ou de lutte de races! Ce qui rapproche ces deux figures, c'est l'essentiel qui les unit: leur identification à Jésus Christ. Evidemment, leur itinéraire est très contrasté, mais cela prouve, encore une fois, la merveilleuse pluralité des dons de l'Esprit. Cela démontre aussi que tous les chemins approuvés par l'Eglise peuvent mener à la sainteté.

Vous avez connu personnellement Josemaría Escrivá. Qu'est_ce qui vous frappait en lui?

Il affrontait chaque défi quotidien avec la mentalité joyeuse de celui qui se sait fils du Créateur et Seigneur du ciel et de la terre. C'était la source de sa liberté et de sa joie.

Mgr Escrivá, un homme joyeux?

Cela a l'air de vous étonner! Ce qui rayonnait en lui, c'était sa profonde humanité. Je me souviens de lui comme d'un homme affectueux et joyeux, même au milieu des épreuves les plus dures. Cette image, avec celle de son sourire constant, reste pour moi un souvenir dominant.

En 1928, un prêtre espagnol de vingt_six ans fonde donc l'Opus Dei, utilisant ces deux mots latins qui veulent dire «service de Dieu». Tout le monde parle aujourd'hui de l'Opus Dei, mais qui sait de quoi il s'agit?

Le but de l'Opus Dei est de susciter, comme je l'ai dit, parmi des hommes et des femmes de toutes conditions, de divers pays, de diverses races, une réponse plénière à la vocation chrétienne et cela à la place que chacun occupe dans le monde, par la sanctification du travail ordinaire et la participation active à la mission apostolique de l'Eglise. Le statut juridique de cette Oeuvre a été précisé par Jean_Paul II le 28 novembre 1982, qui l'a érigée en Prélature personnelle.

Ce qui veut dire?

Que l'Opus Dei n'est pas un mouvement mais une unité pastorale composée, sous la juridiction d'un Prélat, aujourd'hui Evêque, d'un bon pourcentage de prêtres mais surtout de laïcs qui en réponse à un appel de Dieu, s'incorporent librement à cette Prélature. Ce sont parmi ces laïcs que sont choisis les prêtres de l'Opus Dei. Après leur formation, ils sont «incardinés» —c'est_à_dire rattachés juridiquement— à la Prélature, et ils exercent leur ministère dans des diocèses avec l'autorisation de l'Evêque.

On insiste souvent sur le caractère secret de l'appartenance à l'Opus Dei...

Aucun membre de la Prélature, laïc ou prêtre, ne cache son incorporation à l'Opus Dei. Tous nos centres sont ouverts à qui désire participer à leurs moyens de formation. Nos statuts sont bien connus. En France, un ouvrage retraçant l'itinéraire juridique de l'Opus Dei est paru cette année. Mgr Escrivá voulait que les membres de l'Opus Dei n'aient pas la mentalité de "gens à part". Mariés ou célibataires, ils vivent de leur travail professionnel. Ils sont fondus, pourrait_on dire, dans la masse de leurs collègues.

Dans ses rangs, I'Opus Dei compte des médecins, des professeurs, des journalistes, des avocats, etc. Son influence est forte dans les milieux étudiants. Il en a été ainsi longtemps des Jésuites. L'Opus Dei sacrifie_t_il à l'élitisme?

Le Fondateur —c'est bien connu— donnait une importance particulière à l'apostolat dans les milieux intellectuels, à cause de leur infiuence dans toute société. Mais c'est lui qui déclarait aussi: "Sur cent âmes, les cent nous intéressent". Le rayonnement apostolique de la Prélature n'est pas plus grand dans les universités que dans les campagnes, les usines ou les foyers de toutes conditions sociales. Par une illusion optique de réduction de la perpective d'ensemble, on peut dire tantôt que l'Opus Dei est «élitiste», tantôt ailleurs «populiste». Ces deux aspects se retrouvent par exemple en Amérique latine où la Prélature est fortement implantée aussi bien dans les montagnes des Andes que dans les universités.

Ces hommes et ces femmes sont politiquement engagés. A droite ou à gauche?

Conservateurs ou libéraux, les membres de l'Opus Dei? Dans tous les domaines, les fidèles ont la même liberté que les autres citoyens catholiques.

L'Opus Dei était pourtant bien influent en Espagne à l'époque du franquisme...

C'est bien avant 1936 que l'Opus Dei avait profondément pris racine dans le coeur de ceux qui furent à la base de son expansion. Chronologiquement, Mgr Escrivá a vécu à l'époque du franquisme comme il a vécu l'époque de l'installation de la nouvelle république en Italie après la guerre. En effet, à partir de 1946, il est venu résider à Rome où il s'est intégralement dédié à sa tâche de fondateur, une tâche universelle, sans intervenir sur les événements politiques d'Italie, d'Espagne ou de quelque pays que ce soit. Lui_même, en Espagne, avait eu quelques contacts, peu nombreux, avec le général Franco, durant lesquels il a toujours agi en tant que prêtre.

Mais de 1946 à 1975, quel était le comportement politique des membres de l'Opus Dei en Espagne?

Certains membres de l'Opus Dei —comme de nombreux autres catholiques— usant de leur liberté ont fait partie de la vie politique espagnole; certains, y compris comme membres du gouvernement; d'autres comme opposants déclarés au régime. Chacun suivait ce que lui dictait sa conscience et tous étaient animés, j'en suis sûr, du plus grand désir de servir la société. S'ils ont ou non bien fait, ce n'est pas à moi d'en juger, mais j'insiste: l'Opus Dei n'a restreint aucune des libertés que la hiérarchie ecclésiastique avait reconnues aux catholiques espagnols pour agir dans la vie publique sous le régime de Franco.

C'est à Rome que Josemaría Escrivá meurt en 1975. Son procès de béatification, ouvert à Madrid, se poursuit au Vatican à partir de 1981. Dix_sept ans pour faire aboutir une cause, c'est vraiment rapide et inédit!

Ce sont les Pères du Concile Vatican II qui, pour des raisons pastorales, ont demandé de proposer aux fidèles des modèles contemporains de sainteté. Paul VI en 1969 puis Jean_Paul II en 1982 promulguaient des réformes en ce sens, qui assouplissaient les délais comme celui de cinquante ans qui était jusqu'alors requis comme norme génerale, pour la discussion sur les vertus héroïques d'une personne. De toute manière, sous la législation antérieure, il y eut des cas où l'on est arrivé à la béatification vingt_cinq ans après la mort, comme par exemple pour sainte Thérèse de Lisieux.

Dans ce cas_ci, tous les témoins ont_ils été entendus?

Fournir des statistiques est un peu dérisoire. Je rappelle simplement que les tribunaux ecclésiastiques, à Madrid et à Rome, ont organisé 980 sessions, alors que certains procès ne dépassent pas les 100 sessions.

Finalement, c'est le Pape qui, après avoir longuement réfléchi, inscrit "au nom de l'Eglise" une personne dans la liste des bienheureux ou des saints. Jean_Paul II a toujours montré un vif intérêt pour l'Opus Dei...

Parce que c'est une institution de l'Eglise catholique. Rien d'étonnant ni d'exceptionnel dans cet intérêt. Chaque année durant la Semaine Sainte, l'Opus Dei rassemble à Rome des milliers d'étudiants du monde entier qui se montrent fidèles aux sacrements de la Pénitence et de l'Eucharistie. Chaque année aussi, le dimanche de la Trinité, le Pape ordonne une soixantaine de prêtres dont le tiers au moins appartiennent à la Prélature.

De votre côté, vous prônez une adhésion filiale à la personne et à l'autorité du Souverain Pontife?

C'est le devoir de tout catholique. Relisez le chapitre III numéro 22 de la Constitution du Concile sur l'Eglise. Par ailleurs, tout le monde peut constater que le Pape —et les choses doivent être ainsi— se révèle vraiment comme "le Père Commun". Son intérêt se porte vers toutes les institutions catholiques, chaque catholique, mais également vers les non_chrétiens et les non_catholiques.

Paul VI n'était_il pas plus réticent à votre égard?

Il me reçut en audience peu après la mort de Mgr Escrivá. Il me dit alors qu'à son avis, notre Fondateur était l'une des personnes qui, dans l'histoire, avait reçu les plus grands charismes de Dieu et y avait correspondu avec le plus de générosité. Il m'avait aussi encouragé à recueillir le plus rapidement possible tous les souvenirs de ceux qui l'avaient fréquenté, puisque le trésor de cette figure et de cette vie sainte —ce sont ses mots— appartenait à l'Eglise entière.

L'Opus Dei, une Oeuvre pour les années 2000?

Le message de la sanctification du travail est une réponse adaptée aux défis du sécularisme et de l'athéisme pratique. L'Opus Dei forme ses membres spirituellement, apostoliquement et théologiquement pour qu'ils puissent réaliser leur mission chrétienne chacun dans son milieu. C'est dans cet optique que l'Opus Dei s'est engagé pour seconder les appels urgents de Jean_Paul II et des Evêques, invitant à la ré_évangélisation des pays de racines chrétiennes. Oser proclamer le message du Christ représentera toujours un défi.

(I) L'itinéraire juridique de l'Opus Dei, histoire et défense d'un charisme, par Amedeo de Fuenmayor et autres Desclée, 1992.

Romana, n. 14, Gennaio-Giugno 1992, p. 113-126.

Invia ad un amico