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Lettera inviata dal Prelato ai novelli sacerdoti della Prelatura, in occasione della loro ordinazione sacerdotale, avvenuta nel Santuario di Torreciudad il 15 agosto 1986.

Queridísimos hijos: ¡que Jesús os guarde!

Pocos momentos después de que os lean estas letras mías, comenzará la ceremonia en la que mi buen amigo, el querido Sr. Obispo de Barbastro, Don Ambrosio Echebarría, os impondrá sus manos episcopales, confiriéndoos el sacramento del Orden, y convirtiéndoos así en sacerdotes de Jesucristo. Vaya a Don Ambrosio mi más cordial agradecimiento, por haber accedido gustosamente a mi petición de que fuera él el Obispo ordenante.

¡A vosotros, mi felicitación más cariñosa, hijos míos! Cuando recibáis ese sacramento, vuestras almas quedarán transformadas, porque recibirán el carácter sacerdotal, que es como el sello de la acción del Espíritu Santo, y que indicará indeleblemente que sois —lo vais a ser enseguida, por querer divino aceptado libérrimamente por vosotros— sacerdotes de la Nueva Ley, que participáis del único y eterno Sacerdocio de Cristo, Señor Nuestro. Seréis —cada uno de vosotros— de esta manera, y de un modo inefable, alter Christus, otro Cristo: o, como decía audazmente nuestro santo Fundador, el mismo Cristo, ipse Christus, con el que os identificaréis tan perfectamente que podréis hablar en Su nombre, utilizando la primera persona del singular: "Este es mi Cuerpo"; "Este es el Cáliz de mi Sangre"; "Yo te perdono tus pecados".

¡Es inimaginable la grandeza del don, que vais a recibir! Pero pensad, hijos míos, que Dios Nuestro Señor tiene el derecho de pedir mucho a aquel a quien tanto da. Mucho os da a vosotros —a cada uno de vosotros; a ti, hijo mío—, y mucho os pide; exige de ti, hijo, la santidad: que luches por ser santo, con el fin de poder convertirte en un instrumento idóneo para servir a las almas.

El sacerdocio no es una carrera, sino un servicio, un apostolado. Es una entrega generosa, plena, sin cálculos ni limitaciones, para ser sembradores de paz y de alegría en el mundo, y para abrir las puertas del Cielo a quienes se beneficien de ese servicio y ministerio vuestro.

Esta entrega supone mucha gracia de Dios, y podéis estar seguros de que el Señor os concederá con extraordinaria abundancia todos los dones que os serán precisos. Y supone también, de vuestra parte, mucha correspondencia a esas gracias divinas: sé que lucharéis, en todos los instantes de vuestra vida —hasta el momento supremo de rendirla a Dios—, para corresponder con amor a tanto Amor divino. Este amor vuestro se traducirá en una constante búsqueda, humilde y apasionada, de Dios, para demostrarle que le amáis; y se manifestará en deseos y en acciones de servicio desinteresado a todos; en una perfecta sumisión —¡unión!— y en un gran amor al Papa, a vuestro Ordinario el Prelado del Opus Dei y a los Obispos en Comunión con la Santa Sede; y, particularmente, en el gran celo con el que trataréis de ejercitar el ministerio, para el que vais a ser ordenados sacerdotes, entre los fieles y en los apostolados de nuestra Prelatura, para el bien de la Santa Iglesia de Dios y en gran beneficio de las diócesis donde trabajéis.

¡Que Dios os bendiga, hijos míos! Tratad mucho, filialmente, a la Santísima Virgen, la gran Madre de Dios y Madre nuestra, Madre de Jesús, el Sumo y Eterno Sacerdote, y por este motivo Madre, de un modo especialísimo, de los sacerdotes. Ella quiere que se cumpla siempre la Voluntad de su Hijo Jesús: y la Voluntad de Jesús es que seáis santos. ¡Ella os ayudará!

A vuestros padres y hermanos, y a todos vuestros parientes, mi felicitación llena de afecto: estoy muy unido a ellos, dando gracias a Dios por este honor que les dispensa, y por esta caricia que les hace, con vuestra ordenación sacerdotal. ¡Que recen por mí, como yo rezo por todos ellos!

Al Señor Obispo de Barbastro, le repito mi agradecimiento, y le envío un fuerte y fraternal abrazo.

A vosotros, hijos míos queridísimos, que no dejéis de enviarme vuestra bendición sacerdotal, y de recordarme en la celebración de la Santa Misa.

Nuestro Padre, desde el Cielo, os sonreirá y os llenará de bendiciones. Recibid, junto a esa plétora de bienes que ciertamente os conseguirá nuestro Fundador, en el día de vuestra ordenación sacerdotal, la bendición que, en su nombre, os envía también este Padre vuestro, que mucho os quiere,

Alvaro

Romana, n. 3, Luglio-Dicembre 1986, p. 256-257.

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