envelope-oenvelopebookscartsearchmenu

Lettera ai novelli sacerdoti . Nel Santuario della Madonna di Torreciudad, in Spagna, 21 diaconi della Prelatura della Santa Croce e Opus Dei hanno ricevuto l'ordinazione presbiterale. In questa ricorrenza, Mons. Alvaro del Portillo ha inviato loro la

Pamplona, 6-VIII-87

Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis nuevos curicas! Como en años anteriores, siempre con nueva emoción y lleno de agradecimiento al Señor, os envío estas líneas para que sepáis que os acompaño muy de cerca, para felicitaros con mi mejor cariño. Puedo aseguraros —no es suposición, sino realidad— que la Prelatura vibra en oración para que seáis sacerdotes muy santos; y a esa súplica se unen, ¡no exagero!, millones de almas que se cobijan al amparo de los apostolados del Opus Dei. Necesito deciros también que mi deseo era —¡es!— estar muy cerca de vosotros. Os confirmo que pienso constantemente en vosotros, porque —no es vanagloria, pues me lo ha conseguido nuestro Padre— os veo como hijos de mi oración y de mi mortificación, e incesantemente pido al Señor que os haga sacerdotes suyos, santos, doctos, alegres, deportivos. Mi enhorabuena paterna por vuestra ordenación rebosa un rezar incansable por cada uno.

Hijos míos, querría que supieseis descubrir el cuidado con el que Dios os trata, a través de los momentos que os toca vivir. Pensad que os quiere sacerdotes suyos precisamente en este Año Mariano, para que palpéis, diría que hasta de forma material, que la Virgen, Madre del Sumo y Eterno Sacerdote, se goza de ser muy Madre nuestra: Madre especialísima de los que continuamos en la tierra el único Sacerdocio de Cristo. Aprovechaos, pues, de esta circunstancia y pedid a Nuestra Señora, con el derecho de hijos predilectos, que nos haga a todos, en la Iglesia Santa, muy marianos; pedídselo especialmente para el Pueblo de Dios de la Prelatura, porque —¡no me lo olvidéis jamás!— si somos muy marianos, seremos muy de Dios, y serviremos a las almas entregándonos sin reservas.

Para vivir esta fidelidad mariana, es necesario que estéis firmemente dispuestos a ser hombres de oración y almas de Eucaristía. Cuidadme el recogimiento con Dios en la celebración de la Santa Misa, en la oración, en el rezo de la Liturgia de las Horas, en la meditación y en el estudio de los grandes Misterios que el Señor nos ha revelado, en la predicación, en la labor pastoral. Ahí, en la oración y en el estudio —lo sabéis bien por vuestra vocación en la Obra—, se fortalece e ilumina la fe; se encienden el Amor a Dios y el celo por las almas; y el espíritu se llena de luces divinas, para dedicarse al apostolado según el Corazón de Cristo, que nos quiere asociar a su perenne intercesión ante el Padre por la salvación de todos. Sed hombres de oración; así cumpliréis vuestro ministerio según la regla de oro que guió la vida de nuestro queridísimo Padre: "lo mío es ocultarme y desaparecer: que sólo Jesús se luzca", repetía. Sed ejemplares en la obediencia, bien unidos a Jesucristo, oboediens usque ad mortem.

Dejadme que os insista: cuidadme, ¡amad!, la Santa Misa, centro y raíz de nuestra existencia cristiana, como enseñaba nuestro Padre desde sus primeros años de sacerdocio. Cuando Cristo, a través del Obispo, confiere a unos hombres el sublime poder de perpetuar el Sacrificio Redentor sobre el Altar, la Iglesia hace llegar a nuestros corazones aquella solemne advertencia: sabed lo que hacéis e imitad lo que tratáis. Meditad este don divino en el que somos —eres— ipse Christus, porque prestamos al Redentor el gesto, la voz, para renovar sacramentalmente el Sacrificio de la Nueva Alianza. No os canséis de meditar, hijos míos, en la grandeza del ministerio que Dios os confía. Pedid conmigo a la Madre de Cristo y Madre nuestra que todos los sacerdotes sepamos corresponder a tan inconmensurable confianza del Cielo, como predicó nuestro amadísimo Fundador, haciendo de nuestra vida una Misa, un sacrificio con Cristo, para alabanza de la Trinidad y para la salvación de muchos.

Considerad también el tesoro de gracias que estáis llamados a derramar sobre las almas —y, no lo olvidéis, en primer término sobre los fieles de la Prelatura—, mediante la administración del Sacramento de la Penitencia. Como nos repitió nuestro Padre, con su palabra y con su heroico ejemplo, ha de ser una pasión dominante vuestra, para que quienes se dirijan a vosotros experimenten la alegría y la paz de la reconciliación con Dios. Apasionaos, insisto, por ejercitar este sacramento, este poder de atar y desatar que Cristo os confía, para que las almas se alleguen a El. Dios os quiere infatigables administradores del Sacramento de la Penitencia y, a la vez, sinceros penitentes, porque hemos de amar este medio divino acercándonos también nosotros a recibirlo con piedad y gratitud.

Mientras vivís vuestro sacerdocio, madurad en vuestras almas una comunión siempre más profunda con el Vicario de Cristo, con este pecador que es vuestro Prelado y Pastor, con los Obispos, con todos los sacerdotes del mundo. Esmeraos en esta unión con vuestro Prelado, porque solamente así colaboraréis eficazmente en el gran servicio divino de atender a todos los fieles de la Prelatura, específico deber que procede de nuestra vocación y de nuestra incardinación a la Prelatura. Sentid el peso de toda la Iglesia; trabajad para que, siendo una sola cosa con Cristo, vayamos unidos hacia la Casa del Padre. Tened el corazón grande: que ninguna necesidad, ningún dolor, ningún sufrimiento de la humanidad y de cuantos formamos la Iglesia Santa os sea ajeno. Haceos todo para todos, con un celo sin fronteras, amando cada día más la unidad del Cuerpo Místico de Jesucristo.

Os ruego —de sobra sé que lo haréis— que, al agradecer al Señor el inmenso beneficio que estáis para recibir, dediquéis un recuerdo especialísimo a nuestro Padre, de cuya oración, sacrificio y santidad de vida todos, en el Opus Dei, somos hijos. Poned bajo su intercesión vuestros deseos ardientes de ser sacerdotes santos, a la medida del Corazón de Cristo.

Recordad siempre sus enseñanzas y, en ese próximo día 15, estupendo para vosotros, pensad en su insistencia santamente machacona de que debemos a nuestros padres el noventa por ciento de nuestra vocación. Asumid con renovada alegría esa dulce obligación de agradecer, a quienes os han transmitido la vida y entregado la fe, el inmenso bien que os han proporcionado con su lealtad al Señor. Sed fieles a este deber de reconocimiento filial. Si están en la tierra, pedid para ellos a Nuestro Señor que los llene de sus bendiciones. Si algunos ya han recibido de Dios la llamada a la Vida eterna, haced por ellos sufragios con inmensa gratitud. Felicitadles de mi parte, decidles que yo les quiero con vuestro cariño y añadid que yo les pido la limosna de la oración por el Opus Dei y por mí.

Siento también la alegría y el deber de recordaros que, en esta primera Misa de vuestra ordenación, y luego a lo largo de vuestra vida sacerdotal, os mostréis siempre agradecidos a quien en nombre de Cristo y de su Iglesia os va a conferir el Sacramento del Orden: mi buen y viejo amigo Mons. Miguel Roca, Arzobispo de Valencia, a quien tan intensamente quiso nuestro Padre. Os ruego que le transmitáis mi agradecimiento, que es mucho, sin medida. ¡Que Dios lo bendiga!

Para terminar, hijos míos, después de confiarme a vuestras oraciones y a vuestro cariño filial, os hago llegar la bendición que el Santo Padre me dio, también para todos vosotros, poco antes de mi salida de Roma. Juan Pablo II me dijo que nos daba su Bendición, ut eatis et fructum afferatis! Esto mismo os deseo yo, a la vez que pido a la Santísima Virgen, como también comenté al Santo Padre, que: et fructus vester maneat!, que deis frutos que permanezcan, para gloria de Dios y para el bien de su Santa Iglesia; para la santificación de todas las almas y de modo particular de vuestras hermanas y de vuestros hermanos del Opus Dei.

Rezad por mí, hijos, y mandadme vuestra bendición sacerdotal.

Con todo cariño os felicita, os abraza y os bendice

vuestro Padre

Alvaro

Romana, n. 5, Luglio-Dicembre 1987, p. 219-221.

Invia ad un amico